A dos mil años luz

Madrugada delirio, madrugada de ensueño, luz de nuevas luces madrugadoras. Estoy entre despierta y dormida. Estoy alucinando que sueño y soñando que alucino con realidades próximas. Nadie está para levantarme. Nadie corre para despertarme, ni tan siquiera el tiempo.

Se cuela un rayo por el iris de mis ojos. Miro alrededor y lo que veo es agua y más agua; recuerdo que en mi sueño estaba en un desierto. No entiendo que sucedió. No sé qué paso. Cayeron las lluvias de mayo en enero. Se desmayaron las nubes en desolación y angustia cuando sintieron compasión por los hombres.

Todo está flotando en el cuarto, incluyéndome.

 Se posa una mosca sobre la punta de mi dedo gordo. La sábana que no me puedo quitar por el peso del agua es un oasis para ellas. Se cruzan las formas rectangulares que entran por las rendijas de la ventana y cuadriculan el cuarto. Los reflejos en el agua me ciegan de momento y no puedo ponerme los espejuelos porque la mesa de noche está flotando muy lejos de la cama. ¿Qué paso? Me asusta tirarme al lago que es mi cuarto. ¿Y si hay moscas porque hay muertos debajo de mi cama? ¿Y si hay agua porque hubo un fuego y mientras dormía lo apagaban? Más allá de la superficie no veo nada. ¿Y si hay iguanas peces y tiburones colmilludos en el fondo? Soy una cobarde.

No aguanto el peso de las sábanas que me cubren de la cintura para abajo. Intento mover las piernas pero es imposible. Comienzo a levantarme con fuerza para sacarme las sábanas de encima como placenta que cría bebes náuticos por nueve meses; como baba de caracol. Después de más de una hora peleando con el peso, lanzo las sábanas por fin fuera de la cama. Mis piernas tienen puntitos negros y verduzcos como de hongos. No sé cuánto tiempo habré estado dormida, ni cuánto tiempo hace que cayó tanta agua en este cuarto cerrado.

Miro de cerca y no son hongos. La mosca es la madre, y yo la muerta.

Mis piernas se han podrido y estan llenan de huevecillos. Mis uñas ni existen; son algas verdes oscuras y marrones. Y yo pensando tirarme al agua…

La ventana, que se había roto algún tiempo atrás, ahora es el verdadero barrote. Llegan sapos no sé de dónde. A veces siento que los niveles de agua bajan, pero a las horas vuelven a estar igual. Entendí que no podía hacer nada con mis piernas. Ya ni las siento y dejo de  mirarlas cada dos minutos. Yo que vivo en un edificio de apartamentos me pregunto qué ha pasado con los demás vecinos; cómo es que yo estoy aquí y nadie viene a rescatarme o a rescatarnos. No escucho nada. Es como si se hubiera acabado el mundo (como si supiera lo que es eso) y fuese yo la única sobreviviente, al menos de este edificio.

Y el agua. No hay explicación.

Tal vez se rompió un tubo. Me imagino todo el edificio sin agua y yo aquí pudriéndome de humedad entre orines, heces y cucarachas mutadas con adaptaciones de flotación marítima.

II

Así he estado siete días: los primeros seis viendo las moscas depositar sus huevos en las hendiduras de las llagas abiertas que eran mis piernas.

 Como y bebo de lo que alcanzo en la nevera cuando alguna marejada se digna en aliarse con el viento y lanzarme cerca. Mientras tanto, me esfuerzo en ingeniar un plan de escape. Hasta llego a creer que mis veinticuatro años de soledad se resumen en esta instantánea absurdidad.

Y pasó lo impensable.

Los huevecillos no eran huevecillos. Las moscas se habían dedicado, no a sobrevivir valiéndose de mis piernas como hogar para su progenie, sino a construir con mis piernas (o lo que quedaba de ellas) una cola de pez con escamas negras.

Pasó al séptimo día.

 El día anterior, como todos los días antes a ese, me había quedado profundamente dormida; exhausta de tanto intentar por horas abrir la ventana. Al séptimo día observo que no hay más moscas, miro mis piernas y ahí la veo, mi gran cola de escamas negras. Agarro una silla que está cerca de la cama y hago balance con mi cuerpo y mis manos para lanzarme a la silla. Desde allí logro con mi cola impulsarme hasta la puerta.

 Pego la oreja a la puerta y lo que escucho es un viento fuerte y siento el olor a sal que me inunda la nariz como un pase de coca. Abro la puerta y una ola gigante me voltea con todo y silla, y me lanza contra la ventana que no quería abrir sino hasta ahora. Caigo con un ruido sordo sobre el mar que ahora es la ciudad Sirénida; ciudad acuática en donde no soy la única con cola de pez.

 Tras el escándalo, llegan los policías, los bomberos y muchos curiosos. Yo estoy en estado de shock. ¿Cómo es que puedo respirar bajo el agua? Mientras tanto todos murmuran: ¿qué pasó?, ¿qué pasó?, ¿quién es ella?, tiene cola negra, ¿la vieron? Hubiera preferido seguir durmiendo, que me ahogara soñando aunque fuera con arena.

Unos sirénidos uniformados me toman de los brazos y me llevan hasta la ambulancia. Allí los paramédicos miden mi pulso y escuchan los latidos de mi corazón. También observan de cerca mis escamas negras tornasoladas que reflejan la luz del sol. Esto es trabajo de las moscas, ¿ves que bien están hechas? le dice un sirénido a otro con una lupa especial pequeñísima en una mano y agarrando mi cola con la otra. Intento preguntar que sucede pero ni me miran a la cara con sus ojos brotados de peces sirénidos; ni tan siquiera preguntan por mi nombre.

 Empieza a llegar más gente sirénida (todos desnudos) hasta que llega alguien importante porque todos empiezan a gritar en ovación. Me sacan de la camilla y me llevan a una pequeña plaza que hay cerca. Un hombre con una cola bien bien bien bien bien bien bien bien bien bien bien bien bien larga y machucada por todas partes, comienza a hablar:

      Aquí tenemos el resultado que demuestra que las inversiones en la  tecnología de rescate arqueológico han dado frutos. Todos me dijeron “loco” cuando les hablé de entrenar moscas para que identificaran las especies sapiens sapiens extintas después del supra tsunami que nos arropó hace más de dos mil años. Todos me señalaron y dijeron que no valía la pena unirse al esfuerzo mundial de seguir buscando a nuestros antecesores, pero aquí está la prueba. Ella, la última sapiens sapiens encontrada al momento, fue de vuelta a la vida después de más de dos mil años encerrada en ese edificio abandonado que acaba de estallar y está aquí respirando con nosotros. Todo gracias a las moscas cirujanas que le construyeron su cola de escamas negras para identificarla como especia extinta,  reconstruyeron su sistema respiratorio adaptándolo al agua, y lo más importante, su cerebro con toda la información de entonces. Suponemos que es como si hubiera despertado de un sueño.

Me dirigen a la pequeña tarima improvisada mientras el líder o gobernador, o como sea que se organizan ahora, sigue hablando sobre las moscas, y como estas me salvaron y no sé qué. Ahora resulta que las tenía hasta en el cerebro…

 … por tanto, me complazco en presentarles a nuestra próxima adquisición para la sala: Sapiens Sapiens, en nuestro museo: Nuevas Américas. Y sin olvidarme de nuestras heroínas, (y todas las moscas se posaron en su gran cola larga), reconozco la labor de nuestras hermanas moscas con una palangana de mis heces personales. Gracias a todos, y no olviden pasar por el museo a apreciar nuestra nueva adquisición.

Me nombraron Lucy.

Ahora vivo en un museo al lado de la sala que exhibe a los semíes y a los tainos sirénidos.